Ya no hay nadie que recoja las semillas,
nadie que las esparza al aire.
He mirado una pantalla
en la que frase tras frase
las letras morían en la nada.
He pensado que tal vez fui demasiado estúpida
o demasiado frágil,
y he dado la vuelta a mi planeta
para que te sea fácil.
Has dejado una marea en este charco,
desde que tu piel abrasó la mía
no hay un día
en que mi barca a la deriva
no acabe en tu barranco.
Espero algo
tal vez para cerrarme las heridas
para escapar del atasco
para explicarle a mis putos pozos
que no ha sido para tanto.
Mientras tú respiras,
en mi pecho estanco
se abre paso el recuerdo
del peso de tus brazos.
Es increíble lo que hacemos,
cuando nos duele algo, los humanos.
Salir corriendo hasta desplomarnos
derribar las paredes de un portazo
refugiarnos en el miedo
y llamarlo tu regazo.
Ya no hay nadie que sople
y lo esparza todo al aire.