20 agosto 2019

Superfluas palabras



¿Cómo llevar arrastras un piedra gigante
y que el peso lo soporten unas alas tan pequeñas ?

Superfluas palabras,
cualesquiera que diga, no reparan nada.

Salen rotas y cansadas,
caen sobre el papel en forma de cascada.

Por eso lo hago, aquí donde caen, no manchan.

Porque escribir es vivir en una habitación cerrada
y dibujar en las paredes, las ventanas.

La tarea más difícil es acallar las voces,
silenciar el rumor constante
anudar el dolor a las letras y transformarlo en una frase.

Construir un rincón protegido 
donde no pase nadie
que pise lo verde o ensucie el aire.

Elegir de pareja una palabra
y comenzar el baile.

Escribir para hacer el camino 
transitable
y dejar en el blanco pequeños detalles
que sean verdad a tus ojos
y para el resto, indescifrable.



Escribo
para que el tiempo no me arrastre lo vivido
para no ser efímeros y temporales
los mortales escribimos.

Para saber encontrar el camino de ida
sin extraviarse
y llenar el dolor de limpio aire
soñar con llegar un paso más
donde no ha llegado nadie
y poder arrastrar con la fuerza suficiente
esa piedra tan grande.









13 agosto 2019

Reventar los candados





Me pregunto si será más fuerte,
si habrás conseguido que se acostumbre
a los domingos por la mañana,
cada quince días, cuando tocaba.

A comprar el pan para hacerte las tostadas
al espacio infinito y a las pocas palabras.

Si has conseguido que le hagan gracia tus manías
si sabe hacerte el amor de cien maneras distintas
a la exacta misma hora
una vez cada quince días.
Si le habrás explicado ya que eres una bola de nieve
que tienes que recomponerte cada vez que algo te mueve.

Me pregunto si te querrá del mismo modo
si sabrá marcharse cuando tengas otras cosas más importantes.

Si querrá desnudarte cuando descubra tus capas
si será capaz de reírse cuando le hables de egoísmo
si cuando cubre tu piel con la suya
serás capaz de sentir lo mismo.

Me pregunto
si le habrás explicado con claridad cual es su lugar
todas las cosas que van antes de ella
y las pocas e intrascendentes que van detrás.

Que no vas a cambiar.
Que no puedes sentir.
Que a veces te asustas
y quieres huir.

Que no sabes salir despacito y con cuidado.
Que aprenda a interpretar el silencio
a guardarse las ganas
o a reventar los candados.







03 agosto 2019

El día que murió la poesía



El día que murió la poesía yo llevaba un libro escondido que no encontré 
el valor para darte.

Lo llevé durante 105 días, escondido siempre en alguna parte.

Me dio vergüenza porque era demasiado parecido a desnudarse.

El día que murió la poesía era un día como otro cualquiera,
tu llevabas una camisa rosa y yo estaba despeinada.

Pensaba en las hojas que querían ser tocadas por tus dedos
pensé en la dedicatoria de la contraportada
en las noches escribiendo con el alma fragmentada.



Lo llevé durante 105 días escondido siempre en alguna parte.

Parecía más valiente mientras lo escribía.

Tropecé en el segundo escalón porque iba caminando con un cuerpo
prestado y dentro no estaba yo.

Me había ido al rincón de pensar, mi escondite favorito.

Me retumbaba tu voz en los oídos.
Fría y cavernosa
diciendo palabras sin sentido
carentes de emoción.

Y frente al alud de hielo
mi libro y yo.

El día que murió la poesía,
la misma luz que hacia sombras
entre nosotros, se apagó.

Por fin entendí porque todos los cálculos
nos daban un error.

Encontré un cubo de basura de camino a mi nueva posición,
me pareció el lugar perfecto donde dejar el libro
y el peso que llevo en el corazón.

El día que murió la poesía
yo tenía cien paginas que hablaban de amor
pero tú ya no me querías.