Sentí el impulso de rendirme a tu evidencia,
de rendirme a ti, a fin de cuentas.
A la absurda banalidad de tu existencia,
a la forma en que te vistes de gris,
y hablas de colores que no habitan en ti.
Sentí el amargo empuje de abandonarme
refugiada en tu tormenta,
en las oscuras tinieblas de tu falta de vivir.
Pero hoy me hallo aquí,
en las cenizas que dejaste en mi jardín.
Hasta luego.
Y haremos fuego,
con los pedazos que dejemos.