17 abril 2018

Contando las gotas de agua salada



Lloré una noche entre dos columnas de piedra
porque me temblaban demasiado las piernas
como para andar hasta mi casa.

Para poder caminar me sujete a una esperanza manipulada.
Me hizo de soporte una mezcla inesperada
de irracionales sentimientos y de soberbia calculada.

Llore una mañana después de aguantar las palabras
que me iban rompiendo las fibras a medida que las tragaba.
Lágrimas orgullosas de no mostrarse a tu cara.

Para que no se atascaran me di la vuelta sin mirar
atestada de un orgullo fingido que sonaba tan alto
y hacía tanto ruido 
que fue imposible que escucharas los crujidos.

Lloré hacia fuera una noche oscura, sobre tu encimera
porque no podíamos rozarnos ni soltarnos las cadenas.

Lloré hacía dentro tantas otras que ya ni las recuerdo.

Lloré de frente una mañana, mirándote a los ojos, y sentí lo mismo 
que cuando lloras a las piedras.
Un vacío demoledor que hizo posible la opción
de que no te conociera.

Lloré una tarde de noviembre porque habías olvidado que día era,
y otras muchas que no viste, al bajar tus escaleras.

Un mar habríamos llenado con el agua salada de mis entrañas.


Me cansé de llorar
me cansé de ver esas flores convertidas en tierra
mientras se deshacía mi vida 
frente a tu fría presencia.

Y conté las gotas de agua salada,
sin duda alguna
para cualquier océano
eran demasiadas.