Qué difícil a veces ocupar el lugar
de otro,
qué
difícil encontrar el punto exacto de equilibrio.
Abrirse el alma a otras almas
y
que no duela.
Que no te decepcionen cosas tontas,
por
ejemplo que una mirada te esquive,
asimilar
el dolor y la decepción de que alguien
no
sienta como tú.
Qué difícil a veces enraizar en tus pies
y
seguir caminando.
Besar con la lengua rota un recuerdo transeúnte
y
guardar la tristeza en ese arenal donde mi lengua se hunde.
Impedir con ferocidad que esta falsa tranquilidad
se
vuelva una costumbre.
Qué difícil a veces esconderse esa parte
que
sobresale.
Qué cansado suponerlo todo,
agarrar
con fuerza la expectativa
y
darla por sentado
sin
hundir los pies en el lodo.
Rozar
sin cerrar las manos,
dejar
al vuelo aquello que sentimos nuestro
dejar
que sean lo que siempre han sido
aunque
no amarren a nuestro puerto.