Escribir ya no te quiero doscientas veces en la pared
hasta que sea cierto.
Evitar lugares que irremediablemente están unidos a ti.
Hundir los dedos en un helado de nata.
Sobrevivir.
Maquillarme frente al espejo pero con los ojos cerrados
cubrirme con tantas capas que parezca otra.
Estrenar la función al cruzar la puerta.
Sonreír.
Sonreír.
Quitarme las grapas al llegar a casa.
Sobrevivir.
Imaginar un mundo en el que soy más fuerte,
más impermeable, más resistente.
Arrancar los recuerdos que nacían en tu vientre
sumergidos en alcohol hasta verlos transparentes.
Arrancar las letras del teclado que componen tu nombre
y no poder escribir nunca más esas palabras.
Permanecer con la mirada fija en una pantalla apagada
porque ha dejado de importar lo que haya delante.
Protegerse de la pena existencial que me quiere devorar
desde que me siento una marioneta triste que no recuerda
cómo vivir.
Cómo rozar, cómo sentir.
Cómo volver a sonreír.
Cómo rozar, cómo sentir.
Cómo volver a sonreír.
Aguantar la respiración y seguir.
Acostumbrarse a este filtro gris.
Sobrevivir.