Hay mujeres que son como un incendio,
yo,
siempre que ardo, lo hago a fuego lento.
Todas
las tormentas van conmigo,
si
deciden marcharse, nada cambia, yo las sigo.
Me
siento a oscuras en la cama
y te
leo las líneas del destino.
Me
han forjado mucho más las cosas que se han ido,
espero
que seas fuerte si decides quedarte conmigo,
porque
tengo taras repartidas por la superficie de mi yo,
porque
intento ser mejor, pero casi nunca lo consigo.
Todos
los días hay rescoldos en el centro de mi ombligo,
laberintos
enredados de palabras sin sentido
no
me gustan las cadenas, las etiquetas ni los gritos.
Cuando todos van corriendo, yo camino despacito
ante
la falta de imaginación me transformo en laberinto
y si
estas en un extremo te ejerzo de equilibrio.
Dentro
de mi cuerpo habita algo oscuro,
un
instinto irracional, salvaje y profundo.
A
veces se lleva mi esencia y deja mi cuerpo en este mundo.
Yo
no sé beber a sorbos ni digerir lo que hubo.
Mi
cabeza funciona a mil revoluciones por segundo.
Veo
tus gestos, los interpreto y reordeno los sentimientos.
Sin
mover un músculo.
En
completo silencio.
Soy
de esas mujeres que hacen todo diferente,
que
complican lo que tocan y mueren en lo evidente,
que
tropiezan en la luz y en la oscuridad no se detienen
avanzo
más deprisa si me quitas las paredes.
Si buscas algo sencillo y correcto
me
voy despidiendo
porque
yo cuando ardo
lo
hago a fuego lento.