Ya no me llamas princesa.
Dejé de serlo en algún paseo entre el primer beso
y este vano
intento de remendarnos.
Ahora todo es más
pragmático, más prosaico.
He notado que nos faltan pasos
entre fumar en la
cocina y empujarnos hasta el cuarto.
Pero las princesas crecen
y se convierten en
mujeres.
Soy complicada para tanto razonar,
a veces no
comprendes lo que me cuesta contenerme.
Sujeto mi ternura con la fuerza de un titan.
Imagino mis dedos
paseando lentos por tu cuerpo,
pero aprieto
fuerte los dientes y te cuento
datos empíricos
que calmen tus miedos.
-Me estrellé en el despegue-
me dices
dulcemente,
reconociendo
torpemente
tu incapacidad
para volar.
Y entonces yo,
aterrizo contigo,
pisamos suelo
firme
porque no sabes
andar
sobre otra superficie.
Lograste la estrategia perfecta para nunca involucrarse.
Haces bien en amarrarnos a este suelo,
haces bien en
ahorrarte las caricias
haces bien en
saltar de la cama para que la fragilidad
no nos pille
desprevenidos.
Haces bien en
cubrirlo todo con esa inmensa pantalla,
porque imagina qué
pasaría
si un día bajaras
la guardia y aprovechando el momento
se colara la
magia.