25 julio 2019

El rincón número 9

Había un rincón en una calle de Madrid.
Las alturas de un número 9
y una calle con un mal nombre.

Aquella casa llena de magia donde encontramos dos extraños
sin coraza.

Lo que tiene la memoria es que a veces transforma
los lugares, quizá sea eso.

Quizá sean las puertas que se abrían con unas ganas diferentes.
Quizá fuera ese suelo que pisábamos de forma inconsciente
sin pensar en las consecuencias
agarrados con las uñas al presente.

Quizá las risas de aquella cocina
distan demasiado de las conversaciones frías
que mantenemos distanciados
mientras yo me apoyo en la lavadora 
y desde tres metros tú solo me miras.

Quizá los muelles de aquella cama
hacían más ruido y por eso no escuchaba tu miedo
ni el crujir de tus heridas.

Sentía que entraba más aire por aquellas ventanas.

Echo de menos esos 20 segundos de ascensor que alimentaban
mis ganas.
Lo comparo con estas escaleras de ahora
que solo me cansan.


Quizá aquel suelo cálido me permitía andar descalza.

Aquella casa tenía magia,
o se la pusimos nosotros sin darnos cuenta
mientras nos quitábamos las telarañas.

Allí siguen viviendo los recuerdos
que merecían la pena
y todas las buenas intenciones
que nos ofrecimos como promesa.

Todo lo que vino después ya nunca tuvo la misma belleza
ni la misma ilusión, ni la misma fuerza.
Ya todo lo demás fueron intentos de arrancarnos a bocados la corteza.

De acercarnos sin rozarnos demasiado
de hacer de la piel una dura fortaleza.

Todo lo que vino después
ya  nunca tuvo la misma belleza.








17 julio 2019

Acariciarse lo roto




Seremos fuertes. Lo sabes.
El truco es empezar fingiendo que lo eres.

El secreto es saber que hacía bajo, los pozos también tienen suelo,
que afortunadamente hay un momento en el que ya más es imposible.

Como cuando hace mucho frío y ya no notas la diferencia entre -4 grados
y -20.

Seremos fuertes, porque la verdad se sitúa en un punto estratégico en el
que siempre es visible aunque tú cierres los ojos.

Lo malo es empeñarse en acariciarse lo roto.

Seremos fuertes. Lo sabes.

Porque todo pasa como pasan las nubes empujadas por el aire,
cuando miras a unos ojos vacíos y comprendes que dentro no hay nadie.

Amar lo oscuro, lo profundo, lo insalvable,
tirarse al mar helado para salvar un espejismo.

De eso también nos curaremos.
De los golpes rotundos y certeros
que llegan escondidos detrás del silencio.

Esos que apenas hacen ruido pero resquebrajan
los cimientos.

Nos curaremos de haber elegido un monstruo
como protagonista del cuento.
De haber cogido todo lo que tienes de bonito y haberlo volcado
en un cubo de basura.

No sé si sabes que esa mezcla imperfecta también será basura.

Seremos fuertes
porque todo se cura.











Otros distintos



Te veo fumando con la mirada perdida en el infinito,
con esa cabeza, tan llena de cosas, que se ha transformado en abismo.

Disimulo, como si no te hubiera visto.

¿Cómo hemos llegado a esto?

A no mirarnos.
A la absoluta transparencia.

¿En que momento dejaron de golpearme la piedras que lanzabas?

Siempre tienes aspecto de estar pensando,
de estar sumergido en un mundo al que no accedemos el resto
de los humanos.

Los recuerdos se me aturullan y me hacen un nudo de marinero.

Tu pelo engominado un domingo por la tarde.
La ropa mojada sobre la cama.
Hielos y limones en rodajas.
Una tarta congelada.
Una ventana abierta y el dibujo de una corbata.

Te miro a traves del aire que se ha vuelto sólido entre nosotros
y los recuerdos buenos se amontonan con los malos y ya no sé
distinguirlos.

Te metiste en la habitación una noche que planeabamos ir al cine,
yo, sentada en el salón, te oía susurrar.
Ese tono de voz solo lo usabas para la persona que estaba al otro lado.

Cuando había pasado casi una hora recogi mis cosas y me fui.
Sin reproches, sin excusas, sin explicaciones.

Elegí ese recuerdo como cumbre del desastre.


Te observo a traves del tiempo que nos ha vuelto imperfectos
y los recuerdos malos se amontonan con los buenos
y ya no sé distinguirlos.

Otro día. Después de 8 horas decidí que ya era hora de marcharme, tenía miedo
de estar ocupando tu espacio y tu tiempo.
Me llamaste y me dijiste que volviera, que por qué me iba tan pronto.

Elegi ese recuerdo como remiendo de lo roto.

Te miro a escondidas, ahora que ya somos otros.

Y los recuerdos se me atascan en el pecho
y se derraman como agua por mi rostro
ahora que ya no somos nosotros.