17 julio 2019

Otros distintos



Te veo fumando con la mirada perdida en el infinito,
con esa cabeza, tan llena de cosas, que se ha transformado en abismo.

Disimulo, como si no te hubiera visto.

¿Cómo hemos llegado a esto?

A no mirarnos.
A la absoluta transparencia.

¿En que momento dejaron de golpearme la piedras que lanzabas?

Siempre tienes aspecto de estar pensando,
de estar sumergido en un mundo al que no accedemos el resto
de los humanos.

Los recuerdos se me aturullan y me hacen un nudo de marinero.

Tu pelo engominado un domingo por la tarde.
La ropa mojada sobre la cama.
Hielos y limones en rodajas.
Una tarta congelada.
Una ventana abierta y el dibujo de una corbata.

Te miro a traves del aire que se ha vuelto sólido entre nosotros
y los recuerdos buenos se amontonan con los malos y ya no sé
distinguirlos.

Te metiste en la habitación una noche que planeabamos ir al cine,
yo, sentada en el salón, te oía susurrar.
Ese tono de voz solo lo usabas para la persona que estaba al otro lado.

Cuando había pasado casi una hora recogi mis cosas y me fui.
Sin reproches, sin excusas, sin explicaciones.

Elegí ese recuerdo como cumbre del desastre.


Te observo a traves del tiempo que nos ha vuelto imperfectos
y los recuerdos malos se amontonan con los buenos
y ya no sé distinguirlos.

Otro día. Después de 8 horas decidí que ya era hora de marcharme, tenía miedo
de estar ocupando tu espacio y tu tiempo.
Me llamaste y me dijiste que volviera, que por qué me iba tan pronto.

Elegi ese recuerdo como remiendo de lo roto.

Te miro a escondidas, ahora que ya somos otros.

Y los recuerdos se me atascan en el pecho
y se derraman como agua por mi rostro
ahora que ya no somos nosotros.