A ti,
a tu silencio,
al amanecer de hielo que es mi templo.
Echo de menos la absurda forma,
en que huyeron de mi cuerpo.
A ti, a tus trayectos,
a las abruptas formas de ser sinceros.
A mí después, a ti primero,
se nos murieron las ansias de hacerlo eterno.
Echo de menos la terquedad,
que nos llevó a ser los buenos,
no había malos en nuestro cuento.
A ti, a tu extrañeza,
a lo que queda en esta puerta abierta
que se ha convertido en fortaleza.
A los vaivenes inconstantes que
atormentan mi cabeza.
A las promesas.
A ti, a tu silencio y a tus cadenas.