De un soplido 37 velas.
Incómoda me balanceo en la silla.
Por delante me parece que queda menos de lo que llevo.
Se ha vuelto complicado descubrir algo nuevo.
Buceo con cuidado entre mi montaña de recuerdos
cuando las primeras veces aún formaban parte del trayecto.
En un suspiro, 37.
Ya vi amanecer en unos brazos prestados
y caer la noche en otros igual de equivocados.
Ya almacené esperanza como para cambiar este mundo y otros cuantos.
También coseché decepciones y como si fuesen flores, las junté en un ramo.
Me cuesta mucho recordar el significado del término entusiasmo
cuando los días transcurrían y siempre estaba esperando algo.
Ya me solté de algunas manos
y algunas manos me soltaron.
De un soplido, 37 velas.
Y me siento más cansada que aventurera.
Mi curiosidad se hace vieja y no le vale con cualquiera.
Cuando eres joven ansías llenarte de contenido
absorbes, aprendes, consumes; tienes tanta prisa por llegar allí,
donde parece que están todos.
Llenarse de contenido, con gente, con posesiones, con polvos de una noche, con amigos a montones.
Con el hombre de tu vida. O con la mujer de la tuya.
Con una prometedora carrera. Y la hipoteca. Con un coche más grande para que entren los niños.
Con más trabajo. Con más horas.
Con la pensión alimenticia. Con los papeles del divorcio y el salario del notario.
Crecemos. Un día nos vemos reflejados como adultos
y ya solo deseamos descargarlo.
Llega un momento en que rebasamos esa linea imaginaria dibujada en las paredes
interiores de nuestro organismo.
Una gruesa linea a mitad de camino que te señala que para el viaje
habrá cosas que no podrás llevarte.
Porque no siempre todo cabe.
Me hice adulta en contra de mi propia voluntad.
Me desperté un día con más cosas de las que podía cargar.
Me puse seria y cambié
los impulsos por cómoda sensatez.
La curiosidad ansiosa por la verdad de la experiencia
y el arranque por la inercia.
En un suspiro.... 37 velas.
y algunas manos me soltaron.
De un soplido, 37 velas.
Y me siento más cansada que aventurera.
Mi curiosidad se hace vieja y no le vale con cualquiera.
Cuando eres joven ansías llenarte de contenido
absorbes, aprendes, consumes; tienes tanta prisa por llegar allí,
donde parece que están todos.
Llenarse de contenido, con gente, con posesiones, con polvos de una noche, con amigos a montones.
Con el hombre de tu vida. O con la mujer de la tuya.
Con una prometedora carrera. Y la hipoteca. Con un coche más grande para que entren los niños.
Con más trabajo. Con más horas.
Con la pensión alimenticia. Con los papeles del divorcio y el salario del notario.
Crecemos. Un día nos vemos reflejados como adultos
y ya solo deseamos descargarlo.
Llega un momento en que rebasamos esa linea imaginaria dibujada en las paredes
interiores de nuestro organismo.
Una gruesa linea a mitad de camino que te señala que para el viaje
habrá cosas que no podrás llevarte.
Porque no siempre todo cabe.
Me hice adulta en contra de mi propia voluntad.
Me desperté un día con más cosas de las que podía cargar.
Me puse seria y cambié
los impulsos por cómoda sensatez.
La curiosidad ansiosa por la verdad de la experiencia
y el arranque por la inercia.
En un suspiro.... 37 velas.