Desde que apareciste en mi vida
ya no tuve un minuto de paz
pero tú, descarado, me hablabas de suelos inestables
y de lugares sin espacio.
Con la osadía del imprudente
o el hambre del egoísta
te ibas y volvías
llenando y vaciando mi mundo
constantemente.
Tú me hablabas de entenderse
y yo te creía porque quería creerte.
Me hablabas de franqueza y de claridad
desde la espesura más profunda.
Yo sonreía porque te quería
y me había acostumbrado a nadar en tus dudas.
No doler, como promesa y antecedente
porque no supiste decir que tú dueles siempre.
Desde que te conocí
fui perdiendo progresivamente
las cosas buenas que me quedaban,
la luz que aún podía encender
hasta en las noches más cerradas.
Me rompiste el alma.
Y era yo quien buscaba curarte.
Me hablabas de pieles al sol
y de arenas mojadas
mientras me arrancaba trozos de hielo
de las escamas.
Desde que apareciste en mi vida
ya no tuve un instante de paz
y tú me hablabas de nieve cayendo
en tu reducida bola de cristal,
tu maldita nieve la levantaban
mis enormes alas al volar.
Desde que sembraste oscuras semillas
en el interior de mi centro existencial
el dolor me utilizó de refugio
y ya no tuve un minuto de paz.