Tuvimos aquel día una excelente conversación,
todo empezó hablando de caperucitas.
La roja ya es un clásico y en mi intento por ser original me pinté a mí misma
la caperuza de negro, entre risas divagamos sobre caperucitas blancas y caperucitas negras.
Él solo buscaba la que no diese problemas, la negra los daba y la blanca era aburrida hasta la extenuación.
Defendí a capa y espada a mi caperucita a rayas, esa que a veces era negra y a veces era blanca,
que daba problemas pero sabia compensarlos con muchas otras cosas.
Creo que al final de la conversación no había conseguido convencerle.
Él quería una caperucita blanca a toda costa, y mi caperucita cebra, como la llamó,
no encajaba en su actual reconstrucción.
De aquella conversación ha pasado mucho tiempo, el suficiente como para haber
descubierto que mi caperucita tenía mas rayas negras que blancas y que lo que él definía
era mas bien una caperucita gris.
Mi caperucita hoy se siente tecnicolor.
Esta pintada de tantos colores como impresiones la vida le dio.
Mi caperucita tornasolada que se aclimata a la luz del día,
que se hace oscura por la noche cuando todos los gatos son pardos.
Mi caperucita negra que no sabe dónde están las barreras,
mi caperucita blanca que de casi todo se aburre,
mi caperucita gris que se contagia de ti,
mi caperucita roja que es lasciva y provocadora,
mi caperucita azul que se sube a las nubes y no sabe bajar,
mi caperucita verde que se adentra en los bosques y casi siempre se pierde,
mi caperucita amarilla, sarcástica y retorcida,
mi caperucita rosa empeñada en ser de Disney,
Mi caperucita tenebrosa que sabe que los cuentos no existen.
Siempre hablamos de ella, pero se nos olvidó hablar del lobo,
¿Quién era él en realidad? ¿un tierno cachorrito o un animal voraz?
Al final de todo ninguno comió perdices,
pero mi caperucita hoy podrá vestirse del color que quiera
y es que las caperucitas de hoy ya no son lo que eran.