19 abril 2013

Mañanas de tren.




Yo me he parado, pero el mundo sigue girando.
Desde esta perspectiva el movimiento se aprecia mejor, me he ralentizado, siento el peso de cada paso mientras todos corren a mi alrededor, nunca supe hacerlo mejor.
Todo en mi se ha vuelto espeso, borroso, lento y demoledor.
Camino de un lado para otro, sin saber muy bien cual es mi sitio, uno tranquilo,
 uno en el que cerrar los ojos y respirar.
Tuve lugares a los que ir, en los que quedarse, lugares de los que huir, lugares que arrasar,
lugares al fin y al cabo que conformaban el paisaje de mi vida, pero ya no queda ninguno.
Se han evaporado en esta lección de vida de la que aun no he aprendido nada.
Largo trayecto de tren.

Vengo del recoveco en el que me refugio, uno sostenido por hilos tan frágiles que parecen invisibles, uno ficticio y fabricado, uno compuesto de muros en los que constantemente me estampo.
Hace frío, tanto que me cuesta comprender si viene de fuera o vive dentro, he llorado durante casi una hora, sacando mi ropa de una bolsa del suelo de mi refugio prestado.
Llorar no sirve de nada. Los demás me engañaban, ni limpia las ideas ni descarga el alma,
solo es agua salada.
Me he secado las lagrimas con la manga y he levantado los andamios que hoy me sostendrán, necesitaba cosas que no están a mi alcance, necesitaba amor del que arde.
Se va vistiendo a ese ritmo de los que están viviendo, el mio es mas lento, realmente no voy a ningún sitio, me desplazo por las horas, solamente.
Le miro, demasiado ansiosa tal vez, esperando ver en sus ojos que pondrá en funcionamiento
el eje de mi mundo, eso es pedir demasiado, lo sé.
Algunas veces mi cabeza deja de hablarme, esos días son los buenos, pero hoy no era uno de ellos.
Durante horas he permanecido despierta en la oscuridad de mi refugio dibujado,
con su respiración a mi lado, imaginando de cuantas sorprendentes maneras terminaremos haciéndonos daño, él con su dureza, yo con mi fragilidad.
Esperaba que se despertara y me cubriese de calor, o al menos de ese sucedáneo que de momento parece servirnos a ambos, pero hoy no quedaban frutos en nuestro árbol del paraíso, quería decírselo, pedirle que se quitara la corteza aunque fuese solo un segundo, que me besara de tal manera que lo demás no importara, pero jamas me mintió, la corteza era su piel y yo debería dejar de buscar dónde está la cremallera.
Anoche me lo dio todo, nos sumergimos, nos miramos, parecía distinto pero no lo era,
lo distinto era mi mirada.
Cuando me toca, cuando su aliento recorre mi cuerpo todo cobra sentido, eso me salva del foso en que habito, ese es nuestro sucedáneo y nuestra fortaleza.
Pero la mañana era imperfecta, ya lo imaginé de madrugada, cuando todos los muros del universo
se dibujaron en su espalda.
Como desearía despojarme de esta importancia.
Ser superflua y menos complicada, no buscar desesperada el grano de arena que reventara los engranajes o mejor aun que ni siquiera me importara.

Anoche me susurró algo:
- No quiero hacerte daño....-
Como una roca cayendo montaña abajo, como anticipo desolador de lo que llegará.

- No me lo hagas... - respondí, como la lluvia cayendo contra el suelo, como los pasos que te acercan al precipicio en el que caerás  y me besó.
Y supe que era tarde para eso, tarde para su intención, tarde para mi suplica.
Es curioso como los seres humanos aunque miremos, solemos ver lo que queremos, da igual el nivel de inteligencia o la capacidad de análisis, de repente la objetividad decide ahorcarse de impotencia.
Quería ver amor, y por más que mi cerebro parlamentó con el resto, lo que vi fue amor, escondido detrás de nuestras circunstancias, cobijado en las caricias que nos regalamos,
agazapado escudriñando, relegado a un segundo plano, porque somos bichos raros.

Ya se ha hecho de día. ¿Cuánto puede uno romperse antes de ser nada?
Mientras miro por la ventanilla voy parcheando mi existencia, reviso los nuevos golpes,
el progreso de mis magulladuras, creo que aun aguantan para un rato más,
sé que todas las paredes que levanto son de cristal.
Me bajé de su coche con un nudo en la garganta imposible de tragar,
me miraba intentando disolver y digerir mi abrumadora intensidad.
Somos los extremos de esta soga, cada uno tira con fuerza hacia su lado y mientras nos miramos, pero hay veces que dejamos de tirar y avanzamos un paso, nos abrazamos, nos llenamos,
y cargados de esa fuerza volvemos a tirar.
 Infinito bucle de necesidad.