03 octubre 2015

La cárcel de Stanford



"Si te pones una máscara el tiempo suficiente
te conviertes en la máscara"


Los experimentos de índole psicológica, que se realizan continuamente en el ámbito de estudio
de la ciencia, no suelen traspasar las fronteras más allá del mundo científico, a no ser que los resultados que arrojen o la popularidad del experimento lleguen en píldoras de curiosidad, al resto.

El experimento de la cárcel de Standford es uno de los experimentos psico-sociológicos más conocidos.

En el año 1971, el profesor de psicología Philip Zimbardo decidió hacer un experimento de simulación.
Solicitó voluntarios entre los alumnos, para recrear en los sótanos de la universidad, una prisión.

Con una moneda al aire se adjudicó a los voluntarios los papeles de presos o guardias.

En pocos días los alumnos transformados en guardias, se volvieron crueles.
Adquirieron comportamientos sádicos. Humillaron, abusaron y vejaron a los que eran en realidad
sus compañeros de estudios.

Aquellos alumnos que se habían convertido en presos,  comenzaron a actuar como si no pudieran tomar la decisión de dejar aquello que no era real. Se creyeron presos, y no reaccionaron ante las continuas humillaciones a las que eran sometidos.
Zimbardo reconoció posteriormente que hasta él había perdido la percepción de la realidad y se había convertido en el alcaide de aquella prisión de los horrores.

Por suerte, Zimbardo compartió la información de su experimento con una compañera que quedó tan horrorizada que el estudio se dio por concluido en ese mismo momento.

Los presos tardaron un tiempo en recuperarse de las humillaciones y de la perdida de identidad que supuso.

Pero ¿ y los otros ?

Los guardias.

¿Cómo se repone uno de ver el monstruo en que se puede convertir?

No había compensación económica.
No estaban protegiendo sus vidas. Ni la de otros.

Tan solo fue su naturaleza humana.
Esa a la que por suerte, la mayoría no tenemos que vernos enfrentados.

Una naturaleza humana que pone armas en manos de niños de 7 años.
Que justifica violaciones y matanzas tras el nombre de una guerra, que a su vez es un negocio.


El experimento concluyó que nuestro comportamiento social se ve influenciado notablemente por el rol que representamos.  No por quienes somos. Ni por nuestros principios.
Nos fundimos con la masa.

Y como añadido demostró que asumimos como nuestro el rol que los demás nos adjudican, ni siquiera el que nosotros elegimos.

El mundo cotidiano es una versión gigantesca de la cárcel de Stanford.

Desde que conocí este experimento, hace muchos años, todas las veces que lo he llevado a un centro de conversación, la gente siempre siente compasión por los presos, y tras un par de minutos se sienten incómodos con la conversación.
Mis favoritos son los que dicen: Yo no actuaría así, lo tengo claro.
Como si fueran inmunes a la humanidad.

Yo siempre sentí compasión por los guardias.
¿Cómo se vuelve de allí?
¿Eso donde lo reparan?

Quizá sea porque yo estoy mal hecha.
O por este rol que llevo a rastras,
pero creo que es más sencillo curar las heridas que te han hecho
que causarlas.