La verdad es que más que de cualquier otra cosa.
De tristezas que aparecen sin justificación.
De esas otras lógicas, que acompañan a la pérdida o a la desilusión.
La gente huye de la tristeza.
Y aprendes a confeccionarte la mejor de las caretas.
Y la decoras con sonrisas, con dureza, fingiendo indiferencia, aprendiendo
a mantener las formas correctas.
La tristeza te agarra desde dentro pero aprendes a contenerla.
A veces se va, y te da un respiro para que puedas continuar.
Otras veces dura tanto que cuando pasa ves un enorme agujero
allí donde debía estar la vida.
La tristeza siempre va con el que mira.
A estas alturas ya sé que va y viene,
que tras la noche más oscura, de nuevo amanece.
-No estés triste - Te dicen. Como si fuese así de simple.
Y finges. Si eres inteligente, sabes que ese agujero aún puede
hacerse más grande.
Te sobran todos, te recoges, y en esa soledad aún cabe más tristeza.
Te mezclas, te esfuerzas, convences a tu cerebro para que imite tus maneras.
Y así de repente un día es mejor que los demás.
Casi no he podido reponerme en el corto espacio que transcurre entre las mías,
pero tuve la suerte de vomitarlas y transformarlas en poesía.
Tuve suerte de amar la soledad y analizarme las manías.
De tener demasiado orgullo y permitir que la tristeza se borrara con la ira.
Tuve tristeza desproporcionada y de la hecha a medida.
Me quede mientras se iban, demasiado pronto, demasiadas veces.
Vi las carencias y los agujeros, demasiadas veces, demasiado pronto.
Mi mecanismo vital ya estaba roto.
Acumulé las heridas como el que colecciona cromos.
Aprendí a distinguirlas por los matices de sus tonos.
Y mientras tanto desde fuera todos palpaban fortaleza.
Tengo la mejor pose para mostrar indiferencia.
Trabajada y entrenada con años de experiencia.
Limito mi cariño para evitarme las molestias.
Para no alimentar mi inclinación a la tristeza.
Me hago fría por mimetismo a la corteza.
Y de tanta indiferencia menos cosas me interesan.
El cajón de los recuerdos está lleno de piedras.
Hoy tenía la tristeza de sentir que ya no encajo
como cuando eres pequeño y de repente un día
ya no cabes en el armario.
Que me pesan las horas como si fueran años.
Que mis personas favoritas me parecen como extraños.
Que ya no me divierto, que está siempre nublado.
El espejo me devuelve un ser distorsionado.
Hoy tenía la tristeza que forma la costa con la arena de la playa.
Esa que grano a grano se hizo montaña.
Pasará, lo sé, y será mañana.
Y amanecerán disueltas y asimiladas.