22 octubre 2015

Libros abiertos


Ella creía que había recibido la educación necesaria  para afrontar la vida.

Aún no había aterrizado la era informática y 7 libros de texto en una mochila
pesaban demasiado.

13 asignaturas perfectamente diseñadas para introducir conocimientos.

Ella no entendía porque se caen las hojas de los arboles.

Le explicaron que no siempre era así. Que existían hojas caducas y hojas perennes.
Pero siguió sin saber porque le gustaba tanto pisar sobre las hojas caídas.

Cuando hablaba del arco iris sentía que era imperativo comprender términos como
la refracción.
Le enseñaron que las mariposas antes de serlo primero son gusanos.
Quería cambiar la asignatura de religión por la de ética.
Hablaban de castigos y pecados capitales.
A ella le encantaban los bollos de chocolate. Se los comía incluso cuando no tenía hambre.
Y le gustaba un chico, tanto como para llevarle a pisar las hojas y a mirar el arco iris.
Y pensó en la gula, y en la lujuria.
Se le sumaron todos en la cabeza, cuando ese chico se fijó en otra.
Y se le inflamaron la ira, la envidia y la soberbia.

Estudiaba mucho y memorizaba aquellas cosas que se suponía debía saber,
pero en aquel maremágnum de conocimientos siguieron faltando respuestas.

Comenzó a leer libros de todo tipo.

Que alimentaban ese hambre que no saciaban las aulas.
Aprendió que hay cosas que solo se aprenden con la práctica.
Cosas que nadie puede explicarte porque depende de tu propio y exclusivo pensamiento.

Que los pecados son un mecanismo de control.
Y que es tan importante entender la metamorfosis de una mariposa
como apreciar su belleza.
Y leyó libros de ciencias para entenderlo
y luego leyó a Baudelaire, y a Borges y a Wilde para sentirlo.

Y así vive todavía
enamorada de los libros.