19 diciembre 2015

El día que tu monstruo se escapó



El fondo del agujero no era como yo lo imaginaba.
Resultó ser un habitáculo enmoquetado con paredes de cristal.

Allí, sin que te dieras cuenta o quizá si, se rompieron los vendajes que 
chapuceramente cubrían las heridas.

Aquel día tu monstruo se escapó y vino a por mí.

Nunca antes de aquel día había recogido el amor entregado 
transformado en disparos y golpes bajos.

Nunca me repuse.
Ese tobogán acababa en precipicio.


Luego, con el tiempo, reordenando los pedazos, comprendí que no te
cabía el dolor en el cuerpo y fui el vertedero donde vaciarlo.

No supe limpiarme ese dolor. Se me quedó incrustado.

-Tengo tanta rabia y tú tienes la culpa - Me gritabas con esa expresión desencajada que
robó de golpe la belleza de tu cara.
Agarrada al pomo de la puerta, por si la fragilidad que escondía me quebraba las piernas.

Desde aquel momento ya nunca pude quitarme el miedo.

Perdoné aquellas palabras escupidas que me atravesaban,
porque el rencor ocupa un espacio que no es bienvenido en mi alma.

Paredes de cristal. Ambos de pie.
Odiándonos más fuerte de lo necesario.

Cerré esa puerta y te dejé allí dentro.

Y creo, con tristeza, que allí sigues estando.

Me quedó una fea cicatriz que no quiero enseñarte.
Y agujeros oscuros de regalo por tu parte.

Ese pozo de cristal que veo cada día,
trae a mi memoria lo peligroso de amar un concepto inventado
que en nada se asemeja a la realidad.