28 mayo 2016

Convicción



Deberíamos habernos confesado los secretos aquella primera noche
cuando aún estábamos limpios.
Entre una ginebra y otra habríamos podido reconocer todo lo que no haríamos, 
cuanto terreno no estábamos dispuestos a ceder y todas las cosas que no serían posibles
entre nosotros.

No te dije que a veces me ilusiono tontamente con pequeñas cosas y que el equilibrio 
de mi racionalidad es poco fiable.
Que doy la impresión de poder con todo, pero luego me acurruco en mi universo
para esconderme de la realidad que represento.

Tú no dijiste que en tu intento de restauración olvidaste trozos en el suelo,
que parecía que renacías pero era solo el intento.

Eramos pedazos de algo que un día estuvo entero y eso se nota,
pero se nota luego.
Deberíamos haber caminado más lento y fijarnos mejor en lo que íbamos viendo.

No te dije que detrás de tanto desperfecto quedaba idealismo.
Que no sé bucear en un cuerpo si no me enamoro de lo que hay dentro,
y que todos los chapuzones que me di en el tuyo escondían un amor sin argumentos.

Aquella noche debiste advertirme que no dejarías que nadie te quisiera
que aquella noche solo era la mágica excepción a un mundo repleto de barreras y de carteles
de prohibido pasar.

No dijiste que te daba miedo ser quien eras,
que había cerca de ti un considerable riesgo de derrumbe.

Solo dijiste  - Quédate a dormir -
y yo sonreí y le quité importancia a nuestra complejidad, convencida
de que no existe alma que no se pueda reparar.

Aquella noche nos contamos algunas verdades, veladas inevitablemente por el pretexto
de parecer interesantes.
Yo te hablaba de reconstrucción con los cimientos a medio hacer y tú me hablabas de playas
que de sobra sabías que no podríamos recorrer.

Deberíamos habernos confesado aquella noche en vez de parecer penitentes avergonzados
que no son capaces de describir correctamente sus pecados.

Solo dije - No me duelas -
y tú sonreíste  quitándole importancia a lo que estaba por nacer
convencido de que no existía alma que no puedas romper.