Somos lo que hacemos.
Nos vamos moldeando con los choques,
como maleables figuras de húmedo barro.
De cada experiencia nos llevamos un matiz que modificará
lo que percibimos y lo que reflejamos.
Fui ingenua y espontanea mientras no me paré a mirar.
Luego todo se llenó de gravedad.
Ahora me resulta imposible no pensar antes de hacer.
Eso limita las opciones.
Me convierte en alguien previsible que sale corriendo
si no encuentra los rincones.
Lo que hiciste de mí fue un desierto.
Hiciste de mi un espectro que se aferra a lo que fue
sin parecerlo.
Acumulé tus daños hasta asimilarlos como algo lógico.
Como si los mereciera solo por haberte querido.
Que inútil el esfuerzo de entenderse con quien no quiere entenderte.
Que caro resultó quererte.
Hasta asumiendo los riegos que conlleva tu cercanía
resultaron al final ser demasiados.
Uno nunca sabe que va hacia un precipicio.
Andamos confiados sobre las expectativas que creamos
alimentadas con las sobras que a veces nos tiramos.
A veces todo depende de lo que damos y de lo que esperamos a cambio.
Esas transacciones cotidianas que obviamos porque se han acomodado.
Debí marcharme en algún momento entre el quinto beso y el tercer miedo.
Cuando aún no tenía que estudiar mi comportamiento
cuando aún podía ser inmune a tus efectos.
Pero me quedé, mendigando más daños.
Forzándome al dolor o al desencanto como únicas salidas.
Esperando a que muriera de viejo o de enfermo porque yo no era capaz de matarlo.
Somos lo que hacemos.
Con el amor y con el miedo.
Con los daños y los sueños.