Erase una vez una mujer que tenía por castigo la vida
y un cuerpo de paisajes abruptos
que acababan en pared.
La conocí un día o tal vez creí conocerla
entre las capas de coraza que llevaba encima.
Me enamoré perdidamente, que es la única forma de enamorarse
que aún puedo comprender.
Como no sabía hacer retratos, cada noche escribía un cuento
que siempre se llamaba erase una vez una mujer .
Los guardaba en un viejo cuaderno bajo la almohada,
esperando compartirlos con ella la noche en que por fin se desnudara.
De la ropa
de las capas
de las corazas,
hasta quedar suspendida en el aire sustentada por sus alas.
Erase una vez una mujer
que andando de puntillas hacía agujeros en el suelo.
Erase una vez una mujer
que hacía bonitos los remiendos.
Erase una vez una mujer
que hacía bonitos los remiendos.
Una mujer que tenía abismos
donde el resto tenemos cicatrices
donde el resto tenemos cicatrices
todas las noches un cuento
y nunca comimos perdices.