30 noviembre 2015

Providencia




Llegó mi turno de entrar en la habitación.

Aquella señora de piel acartonada, cuyos ojos excesivamente maquillados podían ver tu alma,
llevaba muchos años haciendo aquella suerte de ritual que indicaba cual era tu propósito en la vida.

Providencia. Así se llamaba.

Todos en algún momento debíamos sentarnos frente a ella.

Entré en esa habitación oscura con más curiosidad que miedo.

Todos sabían a que iban a dedicarse en la vida dependiendo de lo que ella les decía.

A mi amiga Sole le dijo que su capacidad era entender cálculos complejos.
Y a mi amigo David que la suya era cuidar a la gente.

Ella no te decía a que debías dedicarte o que tenías que estudiar.
Solo te indicaba cual era tu cualidad primordial y dejaba en tus manos que tomaras,
en torno a ella, la elección correcta.

Me senté en una silla vieja de madera que crujía al menor movimiento.
Aguante la respiración mientras reunía valor para mirarla a los ojos.

Dentro de esos arcos de colores estridentes había dos ojos pequeños y redondos que miraban con
una profundidad desconocida para mí.

-No tengas miedo- me dijo. 
-No lo tengo - susurré.

Tengo que hacerte tres preguntas, debes responder rápido sin pensar demasiado y debes decir la verdad, porque si no es así, lo sabré, luego cerrarás los ojos y extenderás las manos con la palma hacía arriba y yo las cogeré.

-¿ Dónde estás?-
-¿ Qué te sobra?-
-¿ A qué temes?-

-En tu casa-
-Intensidad-
-A que mi cuerpo siga viviendo cuando mi alma deje de hacerlo-


Cerré los ojos, extendí las manos y sentí como ella las recogía entre las suyas.
Un calor cercano se fue extendiendo por mis brazos, duró a penas unos segundos.

-Tu capacidad es comprender-

Soltó de golpe, sacándome de ese trance de calor y oscuridad en el que me había sumergido.

-¡¡¿Cómo?!!-  

-Tu capacidad es comprender- repitió en tono neutro como si le hubiese preguntado qué día era hoy.

¿ Que significa eso?

Tu capacidad será comprender la naturaleza humana.

¿ Para que sirve eso ? ¿ Que se hace con eso ?

En una catarata de preguntas sin respuesta me empujo hasta la salida.

Todos sabían qué hacer con su capacidad, todos menos yo.

Nadie que yo conociese había cuestionado las palabras de Providencia, ni habían tomado un camino distinto al que ella les mostraba.
Nadie que yo conociese había recibido una respuesta que no entendiese.

Cuando llegué a casa, decidí mentir.

Mi familia esperaba nerviosa en torno a una mesa con café y galletas.
Dudé por una fracción de segundo entre la verdad y la comodidad de lo sencillo.

Escribir.  Mi capacidad es escribir.

Todos saltaron de alegría porque esa era la única respuesta que esperaban oír.

Han pasado 30 años por mi cuerpo y  por la vida desde que Providencia soltó mis manos.

Hace un par de noches, mientras daba vueltas en la cama porque las preocupaciones no me dejaban espacio para estirar las piernas, recordé sus ojos pequeños y redondos.

Soñé con ser niña otra vez y encontrarme de nuevo frente a ella,
pero en mi sueño ella no me cogía las manos, ni siquiera me miraba, con
absoluta indiferencia y gesto cansado me decía que mi capacidad era escribir.

Yo le rebatía que no era esa y en una rocambolesca discusión de y no transcurrían las horas
en mi sueño.

Me desperté angustiada y me lance a la cocina para buscar un vaso de agua
al regresar encontré una nota de papel sobre la cama.

Podrás actuar como si fueras otra persona
como si fueran verdad las cualidades con las que te decoras
pero cuando se apague la luz y te encuentres a oscuras y a solas,
ya no habrá en tu esencia nada más que sombras.

Y lloré porque yo era una persona
y no había conseguido comprenderme.